Textos

jueves, 15 de noviembre de 2018

Sensual

Mirándote a los ojos, con atención, puedo ver el miedo, el dolor... Puedo ver la desesperación, mientras intentas gritar. Y no puedes. Por mucho que lo intentes, por mucho que pruebes, algo lo impide. Algo te prohíbe gritar pidiendo ayuda. Notas en tu boca como su unas garras te la estuvieran taponando. Y duele, y sangras. De tus ojos nacen varias lágrimas que van rodando hasta tu barbilla... ahí llegarían de no ser por esas garras, por esas largas y toscas uñas. Negras, como la noche, como su alma. Tus piernas sangran ante varias puñaladas, punzadas, arañazos...quién sabe. No sabes qué haces ahí, no tienes ni idea. Miras a todos lados como puedes; Nada. Cierras los ojos deseando que sea una pesadilla, una pesadilla tan real que te duele hasta el alma.

Abres los ojos, no hay nada, todo es oscuridad. Silencio. Sólo puedes oír tu respiración acelerada, desesperada, asustada... Abres la boca, quieres gritar, gritar con todas tus fuerzas y hasta tu último aliento por ayuda, pero no sale nada. Ni un simple sonido. Nada. Te empiezas a poner nervioso, miras hacia abajo, tus piernas ya no sangran, no tienes nada. No te duele. Vuelves a mirar a tu alrededor, de repente hay luz. Una tenue luz que proviene del fondo de la sala, ves una pared. El fuego flotante se empieza a mover. Tú sólo puedes revolverte en la silla, notando como esas cuerdas que te ataban las manos te aprietan más y más a cada segundo que pasa. Te duelen las muñecas. No sabes qué está pasando. La bola de fuego comienza a aproximarse a ti. Gritas, o lo intentas. Nada. Vuelves a cerrar los ojos, con fuerza.

Tus ojos vuelven a abrirse, estás tumbado. En algún momento, tu cuerpo ha aparecido tumbado en una extraña camilla. Tu cuerpo, en forma de cruz, no puede moverse. Intentas mirar tus manos, atadas con correas. No puedes siquiera llegar a mirarte las piernas, pero no las sientes. Comienzas a asustarte, y gritas. Esta vez alguien te ha oído, parece. De nuevo todo vuelve a tornarse oscuro, de la nada. Tu respiración vuelve a acelerarse, a la vez unos pasos se aproximan. Parece que lleve zapatos de tacón. ¿Es posible? No lo sabes, pues no eres capaz de oír nada más que tu respiración y esos pasos. Cada vez suenan más cerca. Se paran. Vuelves a cerrar los ojos, con mucha más fuerza. Pero al abrirlos, todo igual. todo igual, excepto por la persona que te ha llevado ahí, o eso parece. Todo indica a ello. De nuevo, una tenue luz vuelve a iluminar la que ahora es una sala diminuta, con una sola puerta, sin ventanas; parece un sótano. Alcanzas a ver la puerta metálica, detrás de esa persona hay unas escaleras. Cierras los ojos, de nuevo, mientras en tu cabeza sólo puede repetirse un "por favor, no" constante.

Nuevas lágrimas vuelven a nacer de tus ojos, que resbalan por los costados. Esta vez hay algo más extraño, una sonrisa. En toda la oscuridad sólo alumbrada con el fuego puede verse perfectamente -casi- a esa persona. Es una mujer, parece. No lo sabes, pues sólo ves un rostro negro con un cabello muy largo, y en lo que parece la altura de su cabeza, una sonrisa. Una sonrisa que helaría el alma del más valiente caballero. Esa sonrisa que te persigue en tus peores pesadillas. Esa sonrisa que es el mismísimo reflejo del mal, de una mente perturbada...

Abres la boca queriendo gritar con absolutamente todas tus fuerzas, más que antes, con una fuerza sobrehumana. Pero no sale nada, tu garganta se resiente, le ha dolido. Pero tú no has producido sonido alguno. Tiemblas, tiemblas como si tu cuerpo estuviera desnudo en el Polo Norte o el Polo Sur, cualquiera. El lugar más frío de la tierra no te haría temblar ni la mitad de lo que lo haces ahora. Y eso le gusta. La desesperación de tus ojos.... Gritas, esta vez has podido. Y a esa mujer le ha gustado. Le ha gustado tanto que, de nuevo, te ha clavado ese afilado, grande y largo cuchillo. Vuelves a gritar. Suplicas, suplicas para que pare. Pero la única respuesta es una risa. Una risa macabra.

Han pasado más de doce horas, o eso crees, esa es tu sensación. Tu cuerpo está blanco, desnutrido. Tu lengua seca, tu estómago rugiendo. Tu mente pidiendo que pare, tú pidiendo que pare. Tu cuerpo está lleno de heridas y quemaduras. No puedes aguantar más. Es demasiado. La puerta vuelve a abrirse, y esta vez sin ninguna pausa o preparación, se te ha puesto encima. Sus piernas están a ambos lados, sentada sobre tu cintura. En su mano puedes ver otro cuchillo, más negro, más afilado, más nuevo. Como si lo hubiese comprado expresamente para eso. Es entonces cuando, de la nada, comienza a apuñalarte, sin pausa, sin descanso. Tu estómago ya no siente el dolor. Tus ojos se están yendo, tu aliento se te va. Para. Llevando su cuchillo a la boca, lamiendo la sangre que de él se resbala hacia abajo. Suelta un orgasmo. ¿Es posible?

Tus labios se han juntado con los suyos, pero ella manda. Ella controla. Se separa, pero sigue estando a milímetros de tu cara. Puedes ver sus ojos, una mirada vacía y carente de todo sentimiento o emoción. Sólo maldad. Sabes que ya no vas a salir de ahí. Tus manos siguen atadas por más que intentas moverlas, tus piernas siguen totalmente clavadas en la camilla, tu respiración es más agitada que nunca, tu corazón jamás había ido tan rápido. Ni siquiera cuando le pediste matrimonio al amor de tu vida. Ni cuando tuviste tu primer hijo, ni cuando su primera palabra fue "papá", ni cuando estaban a punto de echar a alguien y a ascender a otro, ni cuando esperabas en la consulta del hospital a que te confirmasen si tu amor iba a morir o no... Le gusta. Le gusta que sufras y la desesperación.

No sabes en qué momento ha comenzado a apuñalarte de nuevo, una y otra vez, pero sus orgasmos son más seguidos. Sus gemidos, más bien. ¿Por qué? ¿Por qué tú? No hay respuesta, supongo. A veces estamos en el lugar equivocado en el momento equivocado. Tu alma está a punto de salir de tu cuerpo, tu último aliento está a punto de llegar, tu mirada, nublada, borrosa, no puedes concentrarte en nada. Vuelves a notar una respiración en tu boca, esta vez ha decidido pasear su lengua por tu cara, siguiendo el recorrido de las lágrimas. Pero no se separa, se queda ahí. Respirando en tu barbilla. Pasea la lengua por tu cuello. Se acabó. Vuelve a besarte, pero esta vez el beso viene acompañado de una sensación dolorosa y afilada en el cuello, donde vuelve a pasearse aprovechando la sangre saliente. Tus ojos se van cerrando, dejas de oír nada, dejas de sentir, todo se va. Tu vida, se ha ido. Pero, para ella, la diversión acaba de empezar...

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Letter to Z.

Tal vez ni siquiera todas las palabras existentes o extintas podrían llegar a definir o describir lo que en mi corazón y alma siento por ti. Ni siquiera inventando palabras nuevas podría llegar a expresarlo con la suficiente fuerza como para que lo entiendas. Para que lo entiendas o lo veas, no pretendo la primera. Cada día que pasa es un revuelo de demonios en mi interior que luchan por saber si sigues ahí, conmigo. Y claro que si, claro que estás conmigo porque decidí que así fuera. Decidí llevarte para siempre en mí, igual que tú, de algún modo, me llevabas a mí contigo. Porque a veces aunque dos almas estén destinadas, no podrán encontrarse por más que el destino quiera. Me gusta pensar que no estoy a tu lado porque el destino no ha podido hacerlo. Es caprichoso y juguetón, y por eso va a esperar hasta nuestra última vida, cuando nuestras almas y esencias estén más que podridas, muertas y marchitas, cuando decidirá juntarnos. Cuando nuestras almas estén llegando a su último suspiro, a su último aliento... Será entonces cuando nos reunamos.

Me duele a veces pensar en que te necesito, en que no puedo abrazarte, tocarte, besarte o simplemente mirarte. Pero tengo otras maneras de mirarte, y otras maneras de acariciarte. Cuando mis dedos se pasean por el cuadro o por el dibujo, siento que es tu piel y que tú estás ahí. Mirándome. Sonriéndome. Porque tú no podías amar, y yo tampoco. Pero al fin y al cabo, no es muy complicado confundir el destino con amor. Al fin y al cabo, no somos tan distintos.

Mientras el oleaje hace su hermoso baile sobre las rocas, rompiéndose en miles de gotas que vuelven a formar parte del océano en cuando caen, yo pudo observar nuestro destino más allá, más allá del horizonte, cuando no puedes ver nada más que el mar azul reflejado del cielo. Puedo sentir ese fino hilo rojo que me une a ti, que cada vez estira más y más, y algún día en vez de arrancarme el dedo, me arrancará el alma. Porque siento que a cada día que pasa tú vas envejeciendo y yo voy demasiado atrasada. Porque sé que cuando te vayas, lo sabré. Sólo he de esperar a que una parte de mí muera sin razón alguna, será entonces cuando nada valga la pena. O lo valga todo.