Mil lágrimas derramadas, mil historias, millones de personas protagonistas de su propia vida. Y yo, yo solamente soy un fantasma, un cadáver. Una muerta que vive.
Textos
jueves, 10 de abril de 2014
Un viernes cualquiera
Viernes, un viernes cualquiera, pero diferente. Como todos los viernes, salgo de casa a las nueve, por la noche la ciudad se llena de niebla, a saber por qué. Pero me gusta. Así que salgo, camino y secuestro a alguien. Si, lo secuestro. Pero luego viene lo mejor. Hoy, voy a detallar sin dejarme nada como mato a mis víctimas. Es algo un tanto cruel. Léelo atentamente, y ponte en el lugar de la víctima. Para empezar, la tumbo en una camilla de mi sótano, en el sótano de una casa abandonada en medio del bosque. Una vez atada, la despierto con pequeñas quemaduras en el ojo derecho. Una vez que se ha despertado, la amordazo y le arranco lentamente las uñas, una a una, viendo como la sangre fluye por mi blanca bata de laboratorio. Cuando le he arrancado las uñas, una a una mientras ella intenta gritar y llora, le arranco los párpados, haciendo que sus ojos se nublen por la sangre. Después, le corto con un cuchillo no muy afilado los dedos de los pies, así tardo más y ella sufre más. Luego miro su cara, intenta gritar, intenta huir, pero no puede, yo solo me río y sigo con lo mío. Para darle más emoción, le comienzo a hacer grandes y profundos cortes en todo el cuerpo, y en la barriga sobretodo, para poder sacarle las tripas y ahogarla con ellas. Una vez que le he sacado los intestinos, el estómago y todo, ella ya ha muerto. Una vez ha muerto, y he acabado mi trabajo, pongo toda la sangre en un bote de cristal, su carne la corto a rodajas y la guardo en un taper. Cuando he acabalo, meto su cuerpo sin vida en la chimenea, para quemar su cuerpo y no dejar pruebas. Cuando está ya consumida y convertida en polvo, vuelvo a casa a la mañana siguiente, donde vivo sola y nadie me conoce. Llego más o menos a la hora de comer, y como buena recicladora que soy, me pongo la carne de mi víctima a la plancha o me la frío. Mientras la carne se hace, me sirvo una copa de la sangre que le extraje ayer. Cuando la carne ya está hecha, guardo lo que ha sobrado en la nevera y me siento a disfrutar tranquilamente de mi comida.
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